martes, 31 de mayo de 2011

La ausencia de familiaridad


“Vaya esta lloviendo otra vez, maldito mes de abril”, “¿dónde habré puesto el paraguas?”, se preguntaba Julia mientras correteaba por casa intentando sin éxito abrochar el botón de los puños de su camisa.

Había pasado una de esas noches en las que un sueño es tan vívido que cuesta separarlo de la realidad. La alarma del despertador la pilló gritando frente a la puerta cerrada de su propia casa, pero al despertar se deshicieron los hilos que ataban el sueño a su recuerdo y el resto se perdió en el infinito de su subconsciente.
Julia volvió a mirar al reloj por quinta vez. “ Mierda son las 8.45, voy a llegar tarde, ¿dónde estará el maldito paraguas?”

Siempre se le hacia tarde y nunca había conseguido explicarse por qué. A las 8.55 corría por la avenida intentando esquivar los charcos que la incesante lluvia había dejado y a algún transeúnte que andaba todavía demasiado dormido para apartarse de su camino.
Llego a la esquina de Goya con Lagasca tan sólo para ver como se iba su autobús.
“¡¡No!!, eso significa 15 minutos que añadir a los 30 que ya llego tarde o 20 euros de taxi”
20 euros era mejor que volver a enfrentarse a su jefe con la ridícula excusa de un paraguas esquivo .
Veinticinco minutos más tarde estaba en su sitio, totalmente empapada tras correr buscando un taxi sin paraguas y con Martín reprochándola, “Vuelves a llegar tarde, aquí se empieza a las 9.00”
No hacía más de una hora que Julia se había levantado pero ya tenía ganas de volver a la cama y escapar de la lluvia, de Martín, del montón de aburridas facturas que esperaban a ser archivadas sobre su mesa. No tendría que haberme levantado, pensaba mientras le dirigía a Martín una mirada que pretendía expresar el lo siento no volverá a pasar, que su boca se había cansado de pronunciar en vano.

Ocho horas, tres cafés y aproximadamente 150 facturas más tarde, el día había terminado para Julia. Había pensado acercarse un rato a Serrano, o llamar a María para tomar un café, hacía siglos que no sabía nada de ella, pero seguía lloviendo y aunque no hacia un día especialmente frío el confort del hogar fue demasiado tentador.

No había si quiera abierto la puerta y Julia ya se sentía mejor, la idea de un baño caliente había empezado a borrado las mellas que el día había causado en ella. Se descalzó, desechó los calcetines empapado y anduvo hasta el baño. La madera estaba cálida y se estremecía bajo sus pies. Restaurar el parquet cuando compró la casa fue un golpe duro para su economía pero definitivamente había merecido la pena, la hacía más  acogedora, sobre todo los atardeceres de verano cuando el sol entraba por la ventana y se reflejaba en la madera rojiza.

Dejó el agua corriendo en la bañera y está junto al jabón comenzó a formar una densa espuma que iba desprendiendo un tibio olor a lavanda. Encendió un par de velas, apago las luces y empezó a desnudarse lentamente mientras escuchaba como el agua iba llenando monótonamente la bañera, primero el pantalón, intentando que el bajó empapado a causa de la lluvia no le rozara las piernas, odiaba esa sensación, le hacía sentir sucia, luego la camisa, ni se molestó en desabrocharse los puños simplemente tiro fuertemente de las mangas. Sentada en el retrete en ropa interior se abrazó las rodillas y espero a que la bañera se terminara de llenar mientras escuchaba el monótono sonido del agua al caer.Una vez dentro de la bañera dejó su mente vagar mientras escuchaba el suave crujir de la espuma y observaba la luz de las velas jugar con la pared formando caprichosas figuras.

Vaya si ya son las 22.00 al final hemos conseguido superar el día pensaba Julia sentada en su sofá, mientras subía y bajaba la bolsita de té. A pesar de estar envuelta en una manta sentía frío y pensó que tal vez algo caliente le ayudaría. El primer sorbo le abrasó los labios, y toda la garganta de camino hacia el estomago, pero eso fue todo, el frío se hizo más intenso. “Maldita calefacción juraría que estaba por encima de los veinte grados”. Estoicamente dejo el sofá  y sin despojarse de la manta se levantó a comprobar en el panel de control que efectivamente la calefacción estaba a 22 grados, aun así el ambiente en la casa era glacial.
"Estoy segura que hasta saldría vaho… tendré que llamar al servicio técnico porque definitivamente esto está estropeado”.Probó a subirla a 30 grados sin éxito, la casa seguía totalmente congelada, con resignación corrió a refugiarse en su manta, y al ir a coger la taza de té para calentarse las manos un escalofrío le recorrió toda la espalda, momentáneamente tuvo la sensación de que alguien le hubiera deslizado un dedo por la columna vertebral, el mismo shock que sufre un piel cálida bajo el contacto de una mano fría, la misma ligera presión. Inútilmente giró la cabeza en busca del propietario, pero no había nadie.

Se estremeció y mientras su mirada seguía vagando inquieta por las esquinas y sombras del salón, volvió buscar el té, lo cogió con cuidado y con ambas manos, esperando sentir el calor del agua, para su sorpresa, la taza estaba totalmente fría. “es imposible no han pasado más de unos minutos desde que la saqué del microondas”. Acercó la taza a los labios, helado.Perpleja se levantó y se dirigió a la cocina. “Esta vez me aseguraré de que el agua esté bien caliente cuando la saque del maldito microondas”. 

Tenía los pies y las manos helados “¿Por qué hace tanto frío?... hasta el parquet está helado, es como si anduviera por baldosas en vez de por madera …” y entonces de golpe cayó en la cuenta y se quedó clavada en el sitio mientras sus manos temblorosas seguían agarrando fuertemente la taza de té. Silencio, despacio dio un paso más, nada, tan sólo más silencio, el parquet no crujía bajo sus pies como de costumbre, la ciudad generalmente bulliciosa tan solo ofrecía un leve sonido de fondo.

Entonces un ruido del timbre lo inundo todo, sacudiendo de golpe la perplejidad, la taza resbaló entre sus manos haciéndose añicos contra el parquet, el timbre volvió a sonar más alto más insistentemente, era como si el sonido hubiera estado atrapado por un instante y rota la red que lo mantenía cautivo se desbordar por toda la casa. El té había salpicado la puerta y  la pared, pero también sus piernas y pies. Y allí donde el liquido había tocado su piel la había quemado ligeramente, se agachó y puso la mano donde había caído la mayor parte formado un pequeño charco, efectivamente seguía caliente, su mente quería encontrar una explicación racional a lo que había pasado,  pero el timbre  volvió a sonar esta vez acompañado de golpes en la puerta y Julia aunque sobrecogida y confusa corrió a abrir.

“ ¿Por qué has tardado tanto?, ya creía que no estabas” gritó cordialmente Rosa desde el otro lado, “Ehhh  estaba..” no la dejó terminar  la frase y sin esperar ser invitada entró en la casa.
“ Te he traído éste paquete,” me dijo poniéndolo en mis manos aun temblorosas “me lo ha dejado un mensajero esta tarde a primera hora por qué tu no estabas en casa, pensé que sería importante, pone que es correo prioritario.. ¿Ves la pegatina Julia?... Hija, ¿estas bien?, no tienes buena cara”
“No, no, estoy bien tan sólo…” Volvió a interrumpirme. Rosa tenía esa manía, siempre preguntaba, pero nunca esperaba una respuesta.
“Qué vas a estar bien, en tu casa hace al menos 30 grados y tu andas por ahí envuelta en una manta hasta las cejas….”
Las palabras de Rosa las corroboró una gota de sudor que empezando tras el lóbulo de oreja se deslizaba por el cuello camino de mi pecho, mientras tanto Rosa que seguía hablando sin parar cerró la puerta tras de sí y se encaminó hacía el salón mientras el parquet acompañaba rigurosamente sus pasos.
“… No me extraña que haga tanto calor tienes el regulador de la calefacción a 30 grados,¿ lo sabías?...” gritaba desde el salón. “ Te lo voy a bajar a 22 y te hago un té, pero este no lo tires. Sigo creyendo que debes estar incubando algo, ¿vienes?, Julia, por el amor de dios, que vas a echar raíces”

Rosa era así, no entendía el concepto de intimidad o privacidad y carecía del don de la oportunidad, pero siempre conseguía sacarle una sonrisa y a su manera se hacia querer.

En la cocina junto a Rosa y el té que le había preparado, Julia aprovechó de que su amiga  había dejado de hablar por un segundo,
¿Sabes Rosa?...Estoy teniendo un día de lo más raro, tengo la sensación de que en mi casa pasa algo extraño…”
“¿Como qué?... ¿ oyes ruidos, voces…?
“No, no es eso, pero de repente hace como mucho frío, las cosas suenan como atenuadas...”
“Julia, eso suena a que has pillado la gripe, ¿has mirado si tienes fiebre?”
 No sé… “Realmente me ha afectado el día”.
Aunque… -prosiguió Julia-, tú ya sabes que te lo dije desde el principio, a mi esta casa no me gusta… no sé, primero tantos años vacía y luego Federico el último propietario no estuvo aquí mas de un año y siempre me decía, Rosa hija a veces tengo la incómoda sensación de ser un invitado no deseado en mi propia casa, bueno que si te la vendió tan barata era porque realmente quería deshacerse de ella”.
“Rosa no me comas la cabeza, que no estoy teniendo un buen día y eso es lo que me faltaba para terminar de redondearlo”
“ No sé, pero yo de ti, se lo comentaba a Eva, sabes que dicen que puede sentir presencias y que es como una medium, si quieres vamos mañana a verla y hoy duermes en mi casa”
Le costó convencer a Rosa de que estaba bien. Pero Julia se sentía mejor, había vuelto a entrar en calor cuando despidió a Rosa en la puerta. De todas maneras había sido un día largo y extraño, y  tan solo quería dormir y dejarlo atrás. Por eso  encaminó  sus pasos a la habitación y fue como si de pronto una alfombra empezará a amortizar el sonido de los mismos a hasta hacerlo desparecer.
No, otra vez no… Desesperada Julia empezó a saltar sobre el parquet mientra gritaba:“ ¡cruje!, ¡maldita sea, cruje!  La casa tembló bajo su peso y desde el otro lado de la puerta se oyó gritar a Rosa: “Julia, ¿estas bien?”  “Sí, sí, hablamos mañana”. Pero no era verdad, la situación estaba acabando con sus nervios, cerró los ojos y se concentró en su respiración en un intento de recuperar la calma. Inspira y el ruido del trafico constante llegó a sus oídos, expira y el tic tac melódico del reloj de la cocina consiguió acompasar los latidos de su corazón, inspira y el tacto frío de una mano en su muñeca le hace abrir los ojos, nada, pero la sensación sigue ahí y el vello de su brazo se va erizando a la par que siente como se va deslizando suavemente hacia su codo, luego a su hombro, para terminar cerrándose alrededor de su cuello. Con un grito ahogado por la presión, Julia se llevó ambas manos al cuello. La presión cesó.
“Dios ¿me estoy volviendo loca?, esto no tiene ningún sentido."
La incapacidad de entender que estaba ocurriendo se llevó por delante años de agnosticismo y racionalidad. Julia se fue ha acostar con el firme propósito de llamar a Eva en cuanto se levantara por la mañana.

Se escondió bajo las sabanas y el edredón de algodón y poco a poco el roce de las sabanas, el ligero peso del edredón, el suave olor a sándalo del suavizante, reconstruyeron la seguridad de Julia y las ultimas horas empezaron a alejarse como trazos de una pesadilla demasiado distante para ser recordada, hasta que finalmente cayó dormida.

Todavía no había amanecido cuando volvió a despertarse, una sensación de "dejá vu", el mismo sueño, tan real, tan vívido. Instintivamente fue a buscar el interruptor con la esperanza de que la luz alejara las sombras con las que el sueño había teñido su estado de ánimo, para sus sorpresa estaba enredada entre las sabanas, estas se engarzaban entre sus brazos entorpeciendo su movilidad, y mientras más se empeñaba por salir de la trampa y más bruscos se volvían sus movimientos, más se tensaban alrededor de su cuerpo, hasta llegar al punto de acabar prácticamente encadenada a su cama.

La confusión inicial se convirtió en terror al darse cuenta de que estaba atrapada bajo su edredón, le invadió una sensación de claustrofobia, se dispararon los latidos de su corazón y empezó a faltarle el aire. Presa del pánico, Julia grito con todas sus fuerzas, pero ningún sonido salió de su garganta, el silencio lo engullía todo, dejando tan solo pasar los latidos de su corazón que subían de ritmo e intensidad.
De repente un fuerte olor a humedad. El olor se hace más intenso y el edredón más pesado...
El peso se va haciendo insoportable, oprimiendo su caja torácica. Los pulmones de Julia luchan por respirar, su corazón martillea de manera frenética hasta que casi no hay distancia entre latido y latido…aun ahogada por el sonido de sus latidos consigue distinguir un voz de fondo que dice: “es mía”, “es mía” …  
Su boca se abre en busca de oxigeno, pero no hay aire. La mente de Julia lucha por escapar de la pesadilla, por despertar. Y al final la penumbra de la habitación da paso a la oscuridad.

La luz que entraba a raudales por la ventana despejó las sombras y Julia se levantó de la cama tomando una bocanada de aire, cómo quien hubiera estado a punto de ahogarse.
La sensación que esa pesadilla le había causado seguía allí, tangible. Pero la realidad del día a día la obligó a descartarla rápidamente.  
“Mierda, deben ser al menos las once de la mañana, es imposible que el maldito despertador no haya sonado, ¡voy a llegar tarde otra vez!”. Se levantó corriendo, con la idea de ponerse lo primero que encontrara en el armario, pero el espejo de cuerpo entero le devolvió una imagen de sí misma que la hizo frenar en seco.
Desde el otro lado del espejo la observaba con preocupación una Julia excesivamente pálida y ojerosa, se llevó las manos a las mejillas con la idea de devolver un poco de color a su rostro, y el frío tacto de su propia piel la desconcertó. “Definitivamente Rosa tenía razón, debo haber cogido algo, esta tarde después de trabajar me voy al médico”.

Con esa idea, y una buena excusa para llegar tan tarde tomando forma poco a poco en su cabeza, abrió su armario. Vacío. Las perchas colgaban desoladas, desnudas, como las ramas de un cerezo en otoño. Julia no se lo podía creer, se giró como esperando encontrar la explicación en otra parte del apartamento, y en ese momento se dio cuenta, de que los libros había desaparecido junto a su ropa, y también su discos, sus fotos, no quedaba nada a la vista, ni siquiera había sábanas en la cama o el maldito despertador. Mientras corría abriendo cajones y armarios puedo constatar que ya no quedaba nada familiar, nada de lo que una vez hizo que esa casa fuera su hogar.
 “Me han robado, dios, se han llevado todo y ni siquiera me he dado cuenta”. “ Me drogaron. Tiene que ser eso, por eso me sentía así anoche, las pesadillas, y posiblemente mi estado actual, debe ser algún efecto secundario.” “Tengo que llamar a la policía”
Con manos temblorosas cogió el teléfono y marcó  091, no había línea, apagó y encendió el teléfono varias veces para asegurarse, antes de darse por vencida y salir a buscar a Rosa a su apartamento.
Al abrir la  puerta se topó con un montón  de periódicos apilados en su felpudo, una noticia sobre el vencedor de las elecciones  captó su atención, y se agachó a cogerlo extrañada “si las elecciones no son hasta final de mes”. Pero sus ojos enfocaron la fecha antes de que su mano llegará siquiera a tocarlo: 5 de Mayo.
“Tiene que ser todo una estúpida broma” gritó y  salió corriendo hacia las escaleras. Una vez en el 2º A empezó a aporrear la puerta, “Rosa abre soy Julia”, “Rosa ¿estás ahí?” “¡Rosa!” Para una vez que Julia necesitaba realmente a Rosa, ésta no estaba en casa.

Se decidió a llamar a la puerta del 2B, enseguida oyó los pasos de alguien acercándose a la puerta, abrieron y Julia empezó a hablar intentando dotar de sentido a sus palabras “Hola soy Julia del 3C alguien me ha robado todo y luego creo que me han drogado y…” se calló al ver que su vecino sin inmutarse lo más mínimo parecía mirar a través de ella. Desesperada buscó su mirada mientras éste giraba la cabeza a izquierda y derecha, y se quedó clavada en el sitio al ver como con un una expresión extrañada y malhumorada volvía a cerrar la puerta a la vez que refunfuñaba malditos críos.

Tras unos segundos, despacio se dirigió de nuevo a su apartamento. “Voy a respirar, a tranquilizarme, y luego buscaré alguien que me ayude, aunque tenga que llamar puerta por puerta a cada uno de los vecinos”.
Subiendo la escaleras hacia su piso notó un fuerte olor a humedad que se le antojaba conocido, una vez en el rellano del tercer piso, vio a una chica rubia, vestida con un largo camisón blanco y descalza. Estaba en el umbral de su apartamento dándole la espalda. Julia estaba segura de que no era ninguna de los vecinas del bloque, aunque no se relacionaba demasiado las conocía a todas de vista.
“Perdona” gritó mientras aceleraba el paso hacia su apartamento, “pero esa es mi casa”.
La chica rubia se volvió, era extremadamente pálida, tenía los ojos hundidos y bajo ellos se percibían unas marcadas ojeras violáceas. Sus labios apagados y quebrados se curvaron en una extraña sonrisa cuando la miró.
Agarro el pomo de la puerta, entro en el apartamento y la cerró.  Mientras lo hacia, ni si quiera despegó los labios para deshacer la sonrisa, pero su voz resonó extrañamente familiar. “Esta no es tu casa, nunca fue tu casa” , “Es mía”

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