lunes, 17 de enero de 2011

Cuando a Mickey Mouse le dio por vivir en mi basura



Un tarde de otoño estábamos mi indecisión, una amiga y yo sentadas en torno a unas cervezas. “Escucha las señales que te manda el universo, éste tiene una manera peculiar de darte pistas sobre tu futuro si sabes como escuchar”, ésta fue su manera de salirse por la tangente cuando le pedí consejo acerca de un tema que llevaba rondándome la cabeza cierto tiempo. En el momento pensé, imaginación desde luego no te falta pero vamos que la cerveza te la pagas tú, que para decir tonterías me basto y me sobro sola.
Hoy miro hacía atrás y mis recuerdos me llevan a Septiembre del 2008. Una escala inesperada en Ámsterdam.  Yo corriendo por los pasillos de Schiphol mientras por la megafonía una señorita me amenazaba con bajar el equipaje del avión que iba a llevarme a Toronto.
Tal vez si, tal vez el universo tenga su peculiar manera de expresarse, y tal vez ese fue un mensaje muy claro. La próxima vez tus maletas se quedan aquí.
Ahora, con mi vida desplazada a este rincón del mundo, que en un principio no fue más que un parada fortuita e inesperada, he decidido plantearme una nueva manera de observar, juzgar y aprender de las cosas que pasan a mi alrededor.
Con este nuevo enfoque y llena de energía me he levantado esta mañana, para enseguida darme cuenta de que era lunes, ¡Mierdas!! tengo que sacar la basura, así que por más que me disguste que las banalidades del día a día me distraigan de mi nueva y elevada visión, me he acercado a sacar la bolsa, más dormida que despierta, y en mitad de la operación, de pronto se me ha parado el corazón… Algo que no quería que lo tiraran con el resto de las sobras, ha saltado ágilmente fuera de ellas, dejándome congelada en mi sitio por unos segundos.  Pequeño; marrón; rápido, .... La información intentaba abrirse paso en mi cerebro entumecido por la falta de oxígeno y por las intempestivas horas de la mañana. Sinceramente nunca he sido buena madrugadora. Poco a poco las señales formaron una imagen en mi cabeza.. ¡Un ratón!!!... Mierda, un ¿¿ratón??. La perplejidad de mi descubrimiento fue mayor al susto y ahogó mi grito antes de que se formara.
Tengo un ratón en mi cocina, en mi papelera. El único ratón que había conocido en mi vida llevaba guantes blanco un pantalón rojo bastante hortera y salía en televisión…mmmm ¿Tal vez esto sea una señal del destino para decirme que me tengo que dedicar a la televisión, o de que me tengo que comprar un pantalón rojo?
Dándole vueltas a los posibles significados que tan inesperada visita podría tener me he ido a trabajar, para una vez allí descubrir que sólo hay una cosa que supere en número a las bicis y las vacas en Ámsterdam, los ratones. Vamos que cada apartamento viene de serie con un par de ratones, parece ser que a las criaturitas no les gusta estar solas.
¡Pero a mi si!. Así he empezado a idear opciones para deshacerme de ellos. Eso de matarlos me parecía un poco cruel, pero tampoco me apetecía la idea de adoptarlos como mucho de mis amigos proponían. Por ello me decidí a proponerles sutilmente que había llegado la hora de cambiar de hogar, y probé con bolas de naftalina, pues una compañera de trabajo me había comentado que su olor les desagradaba… ¡en menuda hora!!!, a mis ratones, no solo no les molestaban, sino que parecía que me habían salido deportistas y se pasaron la noche jugando con las malditas bolas, click, clack., cluck… Se improvisaron una liguilla tranquilamente mientras yo con la cabeza debajo de la almohada pensaba en a quién cargarme primero, a la lumbrera de mi compañera por la feliz idea o a la mini selección holandesa de fútbol, que se me había instalado en la cocina.
Tras el fallo de las medidas disuasorias, me decidí por algo más drástico, las trampas. Las cuales, tampoco tuvieron mucho más éxito, pues mis ratones las ignoraban tranquilamente mientras seguían campando a sus anchas por la cocina.


Una semana después había perdido la energía y el optimismo, enredada por los problemas de mi día a día. Las trampa seguían allí vacías sin atrapar más que el aire y el tiempo que iba pasando, sin dejarme un segundo para alejarme del deprimente detalle de lo que era mi vida y tomar perspectiva de mi situación.
Un día volví a casa y mi equipo de fútbol había muerto…  eso sí, no fueron las trampas, posiblemente murió exhausto… ya sabía yo que eso del deporte no era bueno. 
Con él murieron también mis quebraderos de cabeza, mis noches en vela buscando soluciones…con el murió una visión sesgada de mi situación.
En ese momento comprendí que mis ex-compañeros de pisos  tan solo eran eso ratones. Pero desde entonces mientras consigo sobrevivir a mi día soy toda oídos, no sea que el universo vuelva a tener ganas de charlar, esta vez realmente conmigo.