lunes, 10 de agosto de 2015


LA SALIDA.

Pum, pum, pum, el eco de mi corazón que latía rítmicamente y el de mi agitada respiración lo ocupaban todo. 126, 127, 128. Tenía que estar corriendo sobre gravilla en ese momento, intenté concentrarme en el sonido que mis pies emitían al tocar el suelo, 135, 136. Hacía frío, el aire me cortaba al entrar en mis pulmones exhaustos por el esfuerzo, el muslo izquierdo gritaba con un dolor agudo en cada zancada, 167,168  una punzada que empezaba al lado de la rodilla atravesándome hasta el tuétano y subiendo por él, hasta la cadera, siempre en los números pares, eso de cierta manera me ayudaba a llevar la cuenta. No sabía si había sido al caerme de la valla, o si me había alcanzado una bala, solo sabía que no podía parar ahora, que tenía que seguir moviéndome.
Una hora hasta la cabaña, Juan había sido muy categórico en eso.  Lo habíamos repasado tantas veces que había perdido la cuenta, todas las que necesité hasta aprendérmelo de memoria. Sabía que iba a ser una noche cerrada, es lo que queríamos por eso elegimos esta noche, una noche de luna nueva. Sabía que eso significaba oscuridad total tan lejos de la ciudad, por eso me había aprendido el camino de memoria. 1500 pasos y torcer a la izquierda al lado de pozo, luego seguir recto durante unos 20 minutos hasta que oyera el río, y una vez allí  tenía que seguirlo hasta que éste cambiara bruscamente de curso esa sería mi señal de que la cabaña estaba a 3000 pasos. Una hora, todo parecía tan sencillo en el papel.
567,568, 569 y mi corazón latía cada vez más deprisa. Las ramas me golpeaban incesantemente y la ausencia de los ruidos de mi rutina, que se habían visto sustituidos, por crujidos, silbidos y aullidos me ponían los pelos de punta. Intenté desviar mi atención de mi entorno, bloquear las angustiosas señales de dolor y fatiga que mi cuerpo mandaba con cada paso.  720, 721, 722, inspiré y pensé en María, el amor de mi vida, en sus ojos verdes reflejando los míos, expiré y solté el dolor, la ansiedad el temor, inspiré...
Había llegado al río tal y como Juan me había dicho. El terreno se hizo más inestable y me vi obligado a disminuir mi ritmo. Juan ya me lo había advertido. “En el primer tramo tienes que hacer el mejor de tus tiempos, el borde del río es pantanoso y  está lleno de raíces, no podrás correr, como mucho trotar si no quieres caerte y romperte algo, así que corre todo lo que puedas al principio, recuerda que tienes que llegar a la casa en una hora es tu única salida”  Sus palabras resonaban en mi cabeza y hacían compañía al chapoteo de mis pasos.
Le estaría eternamente agradecido, no tendría por qué haberme ayudado después de lo que yo le hice. Es verdad que habían pasado casi 15 años desde aquello, pero las veces que lo pensé, me pregunté si yo también habría sido capaz de perdonarle. Me torturaron durante días antes de decir nada, él lo sabía, pero lo habíamos prometido, él que cae, cae solo. Aun así yo lo delaté y por mi culpa acabó en Blackiron conmigo,  dejando a su hija de 5 años sola y en manos del estado, el mismo que intentamos derrocar vanamente, ese 5 de febrero, con la esperanza de conseguir una sociedad más justa y equitativa para todos. Muchas noches había pensado en ella, desde mi fría y húmeda celda, ¿Qué habría sido de ella?, Esperanza se llamaba, Juan la llamó así como alegoría a esa idea tan poderosa que nos lleva a hacer cosas increíbles.
Increíbles como correr a ciegas en la noche hacia la promesa de una salida, de una vida mejor.
Había llegado al recodo del río, estaba a 3000 pasos de mi destino. Juan no había sido específico sobre qué había en esa cabaña, tan solo me aseguró que era mi puerta a otra vida. Yo había intentado que se viniera conmigo, pero los años en Blackiron le habían pasado factura , en una trifulca le habían roto la pierna por tres sitios y apenas podía andar sin muletas, mucho menos correr, por eso le había prometido que buscaría a Esperanza y me aseguraría de que estaba bien, pero a Juan le bastaba que yo saliese de allí.
Había pasado justo una hora tras mi fuga de Blackiron cuando encontré la cabaña y cojeando más que andando me apresuré dentro, lo había conseguido, estaba allí, estaba a salvo, las lágrimas se asomaron a mis ojos al pensar que volvía a tener un futuro que había dado por perdido hace años ya.  Pero mi alegría no duró más que un latido, estaba dentro de un cuarto de madera, no más grande que mi celda, vacío menos por una mesa sobre la que reposaba, un revolver, una bala y una nota. “El que cae, cae solo. Fd Esperanza”

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