LA SALIDA.
Pum, pum, pum, el eco de mi corazón que latía rítmicamente y
el de mi agitada respiración lo ocupaban todo. 126, 127, 128. Tenía que estar
corriendo sobre gravilla en ese momento, intenté concentrarme en el sonido que
mis pies emitían al tocar el suelo, 135, 136. Hacía frío, el aire me cortaba al
entrar en mis pulmones exhaustos por el esfuerzo, el muslo izquierdo gritaba
con un dolor agudo en cada zancada, 167,168 una punzada que empezaba al lado de la rodilla atravesándome
hasta el tuétano y subiendo por él, hasta la cadera, siempre en los números
pares, eso de cierta manera me ayudaba a llevar la cuenta. No sabía si había
sido al caerme de la valla, o si me había alcanzado una bala, solo sabía que no
podía parar ahora, que tenía que seguir moviéndome.
Una hora hasta la cabaña, Juan había sido muy categórico en
eso. Lo habíamos repasado tantas
veces que había perdido la cuenta, todas las que necesité hasta aprendérmelo de
memoria. Sabía que iba a ser una noche cerrada, es lo que queríamos por eso
elegimos esta noche, una noche de luna nueva. Sabía que eso significaba
oscuridad total tan lejos de la ciudad, por eso me había aprendido el camino de
memoria. 1500 pasos y torcer a la izquierda al lado de pozo, luego seguir recto
durante unos 20 minutos hasta que oyera el río, y una vez allí tenía que seguirlo hasta que éste
cambiara bruscamente de curso esa sería mi señal de que la cabaña estaba a 3000
pasos. Una hora, todo parecía tan sencillo en el papel.
567,568, 569 y mi corazón latía cada vez más deprisa. Las
ramas me golpeaban incesantemente y la ausencia de los ruidos de mi rutina, que
se habían visto sustituidos, por crujidos, silbidos y aullidos me ponían los
pelos de punta. Intenté desviar mi atención de mi entorno, bloquear las
angustiosas señales de dolor y fatiga que mi cuerpo mandaba con cada paso. 720, 721, 722, inspiré y pensé en María,
el amor de mi vida, en sus ojos verdes reflejando los míos, expiré y solté el
dolor, la ansiedad el temor, inspiré...
Había llegado al río tal y como Juan me había dicho. El
terreno se hizo más inestable y me vi obligado a disminuir mi ritmo. Juan ya me
lo había advertido. “En el primer tramo tienes que hacer el mejor de tus
tiempos, el borde del río es pantanoso y
está lleno de raíces, no podrás correr, como mucho trotar si no quieres
caerte y romperte algo, así que corre todo lo que puedas al principio, recuerda
que tienes que llegar a la casa en una hora es tu única salida” Sus palabras resonaban en mi cabeza y
hacían compañía al chapoteo de mis pasos.
Le estaría eternamente agradecido, no tendría por qué
haberme ayudado después de lo que yo le hice. Es verdad que habían pasado casi
15 años desde aquello, pero las veces que lo pensé, me pregunté si yo también
habría sido capaz de perdonarle. Me torturaron durante días antes de decir
nada, él lo sabía, pero lo habíamos prometido, él que cae, cae solo. Aun así yo
lo delaté y por mi culpa acabó en Blackiron conmigo, dejando a su hija de 5 años sola y en manos del estado, el
mismo que intentamos derrocar vanamente, ese 5 de febrero, con la esperanza de
conseguir una sociedad más justa y equitativa para todos. Muchas noches había
pensado en ella, desde mi fría y húmeda celda, ¿Qué habría sido de ella?,
Esperanza se llamaba, Juan la llamó así como alegoría a esa idea tan poderosa
que nos lleva a hacer cosas increíbles.
Increíbles como correr a ciegas en la noche hacia la promesa
de una salida, de una vida mejor.
Había llegado al recodo del río, estaba a 3000 pasos de mi
destino. Juan no había sido específico sobre qué había en esa cabaña, tan solo
me aseguró que era mi puerta a otra vida. Yo había intentado que se viniera
conmigo, pero los años en Blackiron le habían pasado factura , en una trifulca
le habían roto la pierna por tres sitios y apenas podía andar sin muletas,
mucho menos correr, por eso le había prometido que buscaría a Esperanza y me
aseguraría de que estaba bien, pero a Juan le bastaba que yo saliese de allí.
Había pasado justo una hora tras mi fuga de Blackiron cuando
encontré la cabaña y cojeando más que andando me apresuré dentro, lo había
conseguido, estaba allí, estaba a salvo, las lágrimas se asomaron a mis ojos al
pensar que volvía a tener un futuro que había dado por perdido hace años
ya. Pero mi alegría no duró más
que un latido, estaba dentro de un cuarto de madera, no más grande que mi celda,
vacío menos por una mesa sobre la que reposaba, un revolver, una bala y una
nota. “El que cae, cae solo. Fd Esperanza”